Esta diosa de tan inquietantes parentescos no tuvo lugar en el resplandeciente Olimpo, aunque era de linaje más antiguo que la estirpe de Zeus y los suyos; ni templos especiales en que se la venerara, ni se desarrollaron entorno a ella elaborados mitos. No obstante, su presencia e imperio fueron siempre universales […] Con una divinidad, sin embargo, tuvo la Mentira insalvable distancia: con la Amistad. Donde ésta impera, aquella está excluida; son incompatibles. Pero, se admite, la Amistad es frágil y, las más de las veces, sucumbe en el enfrentamiento con la Mentira; porque ésta es más sutil y tiene más armas, incluso la del callar. “Las más crueles mentiras a menudo son dichas con silencio”, afirma R.L. Stevenson. […] Así se muestra ella como es en realidad: deja caer los velos amables y muestra sus abigarradas vestiduras, que adornan mil máscaras y lenguas; la faz afable y seductora se deforma, dando lugar a otra sucia y fea.
La Victoria, que los griegos llamaron Niké [Νίκη], es una divinidad alegórica de cuya presencia hay registro en Grecia en el siglo VI a.C., pero que ya los egipcios conocían como Nefté, hermana nada menos que de Isis y Osiris. Simboliza el triunfo en la guerra, pero también la participación triunfante en la vida civil, y muy especialmente, en el deporte. En torno a ella no se desarrolló ningún mito especial, probablemente porque tan extática sensación era directamente comprensible a quien quiera la hubiese experimentado o ambicionado. Pero sí generó, en cambio, una abundantísima iconografía. Los griegos la representaron a menudo como una mujer alada, aludiendo a que desciende rauda desde los cielos sobre el vencedor, para hacerle saber al mundo a quién han decidido favorecer los dioses. La agitación de sus vestiduras indica la celeridad con que viene a coronar al triunfador. […] Pueblo conquistador, los romanos la adoptaron gozosamente, y en ese proceso terminó de asumir los atributos que han durado hasta nosotros: la palma en una mano, árbol universalmente asociado a la Victoria, desde luego, y cuyo significado derivos desde lo material a lo espiritual, alcanzando el sentido de regeneración, ascensión e inmortalidad. […] En la otra mano, lleva una corona de laurel. La corona denota el poder que entrega Niké y el laurel, como todas las plantas que permanecen verdes en invierno, es símbolo de inmortalidad; los romanos lo asociaron a la gloria, tamto de las armas como el espíritu, si bien atendieron más a la primera.
«Mira’m als ulls que cap fosca no venç. Vinc d’un estiu amb massa pluges, però duc foc a l’arrel de les ungles i no tinc cap sangtraït pels racons de la pell del record. (…) Mira’m els ulls. Hi pots llegir el retorn.»
Son retaule, esperantlo, no mostra cap imatge; mes, als raigs de la flama sagrada que may mor, los treballs se llegeixen del hèroe, en lo brancatge carregat d’esmeragdes d’una olivera d’or.
Protección física del cuerpo, simboliza su defensa espiritual, como ya señala san Pablo. El caballero armado se «aísla» del mundo circundante […] La armadura, a la vez que una defensa, es una ‘transfiguración’ del cuerpo, una «metalización» ligada al simbolismo de los metales (esplendor, duración, brillo, etc.).
Janus és el déu dels inicis i de les transicions, de les portes i del temps, segons la mitologia romana. Un déu amb dos rostres que mira al passat i al futur. “El divino Jano, asombroso con su imagen de doble cabeza, mostró a mis ojos de improviso su doble rostro […]. – Soy muy antiguo…; en compañía de las dulces Horas guardo las puertas (januae) del cielo, dejando entrar o salir al propio Júpiter; de ahí que reciba el nombre de Jano… Desde la puerta de la corte celestial, observo al mismo tiempo el levante y el poniente” (Ovidio. Fastos, I, 89-144).
Ágil para evitar corrientes de aire, Vidal se levantó, la cerró. De regreso, al promediar el salón, por poco tropezó con una mujer vieja, flaca, estrafalaria, una viviente prueba de lo que dice Jimi: «¡La imaginación de la vejez para inventar fealdades!». Vidal dio vuelta la cara y murmuró: —Vieja maldita. En una primera consideración de los hechos, para justificar el exabrupto, Vidal atribuyó a la señora el chiflón que por poco le afecta los bronquios y entre sí comentó que las mujeres no se comiden a cerrar las puertas porque se creen, todas ellas, reinas. Luego recapacitó que en esa imputación era injusto, porque la responsabilidad de la abertura recaía sobre el pobre diarero. A la vieja sólo podía enrostrarle su vejez. Quedaba, sin embargo, otra alternativa: soltarle, con apenas disimulado furor, la pregunta de ¿qué buscaba, a esa hora, en el café? Demasiado pronto hubiera obtenido respuesta, porque la mujer se metió por la puerta rotulada Señoras, de donde nadie la vio salir.
“Diario de la guerra del cerdo”. Adolfo Bioy Casares
XVIII dinastía, Reino Nuevo, c. 1390-1340 a.C. Recordada como la “reina plebeya” del Antiguo Egipto, Tiye no nació de un rey y su consorte real. […] A pesar de su falta de sangre divina, Tiye tuvo una gran ascendencia sobre el reino de su esposo, Amenhotep III. Está demostrado por las numerosas estatuas colosales, al lado del rey, en monumentos reales, en tumbas privadas e instituyó un papel para sí misma tanto en ceremonias religiosas como civiles. Fue venerada como diosa viviente en el templo nubio de Sedeinga. Font: Amigos del antiguo Egipto
“La única meta del trabajo artístico es la mágica evocación de los demonios interiores.” “The only goal of the work of art is the magical evocation of inner demons.” Michel Leiris
Tras la cortina está el vacío, la nada primordial, el abismo que sube e inunda la superficie. Tras la cortina hay imágenes que no se pueden soportar. […] ¿Puede el arte mostrar, sin mediación, en toda su crudeza de horror y pesadilla esas imágenes? […] La belleza es siempre un velo (ordenado) a través del cual debe presentirse el caos. El arte es fetichista: se sitúa en el vértigo de una posición del sujeto en que «a punto está» de ver aquello que no puede ser visto; y en que esa visión, que es ceguera, perpetuamente queda diferida. Es como si el arte —el artista, su obra, sus personajes, sus espectadores— se situasen en una extraña posición, siempre penúltima respecto a una revelación que no se produce porque no puede producirse.
Cal que ningú no gosi dir -ni pensar tan sols- res sobre la supraessencial i oculta divinitat, llevat d’allò que ens ha estat divinament revelat en els sants oracles. […] Enaltim Déu dient-li “ancià dels dies”, ja que ell és la universal durada dels segles i el temps de totes les coses, i alhora preexistent als dies, als segles, i al temps. […] Car, movent-se eternament, resta sempre en ell mateix, essent com és la causa de l’eternitat i ensems del temps i dels dies. Raó per la qual, en les sagrades teofanies de les místiques visions, Déu pren l’aparença tant d’un ancià com d’un jove. Amb l’aparença d’un ancià mostra que ell és el principi existent des del principi; amb la d’un jove, que ell no envelleix. I ambdues aparences plegades ens ensenyen que ell és el qui des del principi i a través de tot avança vers la fi.
“Dels noms divins. De la teologia mística”. Dionís Areopagita